Cap. 1
Me llamo Diana, tengo…bueno que más da mi
edad, y soy de ...tampoco importa. Lo único que importa es que la extraño.
Escribo esta carta, dándole un homenaje, al que
ha sido el gran amor de mi vida.
Siempre estará en mi pensamiento, aunque la
vida dé tantas vueltas que al final consiga estar con otra chica; pero ella
jamás se irá de mi corazón. Se llevó mi alma con ella y sé que jamás volverá a
ser mía o de nadie más, al igual que ella.
Todavía pienso en el día que comenzó nuestra relación y aún no me lo creo.
Fué en una discoteca y ella era una de mis
amigas y para más INRI hetero.
Nos conocíamos desde hace años y ella sabía que yo
era lesbiana.
Esa noche bailábamos en la pista, habíamos
bebido unas copas de más, cuando empezó a mirarme de una forma diferente.
Yo creía que miraba a algún chico que había
detrás de mí, hasta que ella me sacó de dudas y acercándose a mi oído, me
susurró: "Te miro a ti".
De repente me sonrojé. Siempre me había
gustado. Era todo lo que yo pedía en una mujer: inteligente, guapa y simpática,
por lo menos para mí. Lo que más me gustaba, sobre todo, es que me hacía reír.
Siempre estuve enamorada de ella aunque sabía
que con ella jamás podría haber una relación. Le gustaban los hombres y jamás
vi ninguna insinuación por su parte.
Hasta esa noche.
Me quedé de piedra. No sabía
cómo reaccionar pues siempre supuse que estar con una hetero era cosa imposible. Además del morbo que me daba "iniciarla", enseñarle a tocar a
una mujer y que supiera el placer que podía obtener, era una de mis
fantasías que jamás creí cumplir.
Después de acercarse a mi oído y oírle decir
esas palabras, mis ojos no podían separarse de los suyos.
Me acerqué a su oído, había mucho ruido en la discoteca, y le susurre que es lo que había querido decir con eso.
Ella en vez de hablarme, me respondió con un
suave beso en los labios.
Cada vez yo estaba más inquieta. ¿Ha
bebido demasiado? ¿Realmente piensa lo que está haciendo?
Seguíamos bailando y cada vez se acercaba más a
mí, hasta que cogió mi cintura y siguió besándome.
Fue el beso más dulce que he dado jamás. Cuando nos miramos, las dos ardíamos de deseo.
Aunque no quise seguir. Pensé que era debido al
alcohol y quizá al día siguiente podría arrepentirse y no quería eso. Prefería
tenerla como amiga mil veces a perderla. Era muy importante para mí.
Al día siguiente, la primera que llamó fué ella. Quería que quedáramos para comer y me invito a su casa.
Yo subía nerviosa las escaleras, hasta llegar a
su puerta.
¿Se acordaría de algo? ¿Iría a reprocharme que me
había aprovechado de ella? ¿De ese beso?
No quise pensar más, lo que fuera, sería.
Me abrió la puerta sonriente.
Y comenzó una conversación muy amena. Hizo que
me olvidara de mis nervios.
Una vez terminada la comida, mientras le ayudaba a fregar
los platos, me rodeó con sus brazos por la cintura susurrándome: ¿Crees
que he olvidado lo que sucedió anoche?
Dejé el plato enseguida, y me di la vuelta.
Seguía sin poderlo creer. Ahí estaba Patricia
sonriéndome.
Me aparté de ella, comenzaba a temblar ¿Yo? Si, no me lo podía creer. Estaba nerviosa porque una mujer se me estaba
insinuando.
Ella me miraba con ojos pícaros.
Patricia ¿Tienes algún problema? Recuerdo que
le dije.
Ella negaba con la cabeza y seguía acercándose más
a mí.
Yo no paraba de separarla de mí, hasta que cansada
me dijo que le gustaba, que no sabía cómo había sucedido, pero que sentía algo
por mí, y que si a mí no me importaba, quería probar.
Ya no pude más y le confesé que siempre
había estado enamorada de ella aunque por respeto jamás le había dicho
nada.
Ella seguía hablándome, decía que siempre lo
supo y ahora me miraba de manera distinta, que no la apartara de su vida, que
si podía tener una oportunidad conmigo, sólo probar y si no funcionaba, pues
que seguiría siendo mi amiga y mi paño de lágrimas, como siempre lo había sido.
Mi deseo se iba incrementando, sobre todo al
ver sus ojos. Me miraba los labios, deseosa de besármelos.
Nos acercamos tímidamente y comenzamos a
besarnos.
Un beso dulce, tierno, maravilloso.
Nuestras manos comenzaron a tener vida propia. La rodee entre mis brazos, sin dejar de besarnos. Ella me correspondía
abrazándome también.
Mis manos recorrían toda su espalda, mis dedos
se introdujeron en su cabello.
Me separé de ella, quería ver su cara y no, no
estaba fingiendo. Sentía todas mis caricias. Su mirada lo decía todo.
Entonces se echó a reír. Perdona si soy un poco
torpe, pero creo que me vas a tener que enseñar a tocarte. Quiero hacer el
amor contigo.
Mi reacción fué ¿Y no crees que vas demasiado
deprisa?
Ella sólo sonreía y empezó a besarme el cuello. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Yo seguía dándole un poco largas, no deseaba
que se arrepintiese.
Además tenía un dilema en mi mente.
¿Estaba satisfaciendo una de mis fantasías sexuales
con ella?
O, ¿Era ella quien tenía la curiosidad de saber
que se sentía con una mujer?
se me habia olvidado este relato.... no lo tenia... me gusta.... un abrazo rompecostillas..
ResponderEliminarDiana